lunes, 16 de julio de 2012

Animales Sexuales Por Naturaleza




Cuando pensamos acerca de las primeras agrupaciones "swinger" la mayoría de nosotros se imagina que hablamos de la contra-cultura de la década de los 70s, para nada pensamos que tenga que ver con pilotos de combate de la segunda guerra mundial. De acuerdo con los investigadores Joan y Dwight Dixon, fue en las bases militares donde se originó el intercambio de parejas en los Estados Unidos. Siendo los pilotos de combate el agrupamiento militar  con más alto índice de mortandad durante la segunda guerra mundial, estos pilotos  y sus esposas se compartían mutuamente a manera de "ritual de unión" tal como ocurre en algunas tríbus, mantenían una especie de acuerdo tácito,  el de cuidar los unos a los otros en caso de que alguno de estos pilotos no consiguiera regresar a casa. De manera similar como ocurre en los Bonobos, este tipo de conducta sexual abierta cumplía una función social proveyendo un mecanismo para aliviar el estrés y formar vínculos a largo plazo.


Para los autores Christopher Ryan y Cacilda Jethá en su libro "Sex at dawn", este ejemplo en particular es uno de muchos que sugiere que la especie humana no evolucionó en familias nucleares y monógamas, sino más bien en pequeños grupos en donde la mayoría de los individuos  en edad reproductiva habrían mantenido relaciones sexuales con varios miembros al mismo tiempo. Nosotros vendríamos a ser los descendientes de estos grupos de apareamiento, a pesar de haber construido una sociedad radicalmente diferente a la de nuestros ancestros, los rasgos psicológicos y conductuales que nuestra especie desarrolló por medio del proceso evolutivo aún se encuentran presentes en los humanos modernos. Ryan y Jethá, él psicólogo y ella psiquiatra, sostienen que entender la evolución de la sexualidad humana de esta manera en particular, nos ayuda a explicar la especial creatividad que poseemos cuando se trata de nuestra conducta en la cama. Esta concepción también ayuda a arrojar luz acerca de por que la fidelidad ha sido un problema persistente tanto para los hombres como para las mujeres a lo largo de la historia.


A Ryan y Jethá no les queda la menor duda de que los seres humanos somos una especie extremadamente sexual.  A manera de ejemplo, mencionan como es que en 1902 se patentó y aprobó el primer vibrador para uso domestico en los Estados Unidos. Quince años más tarde habían más vibradores que tostadoras en los hogares norteamericanos. En el 2006, de acuerdo con la U.S. Pornography Industry Revenue Statistics, la gente alrededor del mundo gastó un estimado de 97 Billones de dolares en pornografía, de los cuales simplemente en Estados Unidos se gastaron 13.3 billones, esta cantidad excede los ingresos anuales de Microsoft, Google, Amazon, eBay, Yahoo, Apple y Netflix juntos.  Al tomar en cuenta estos hábitos de consumo aunado al hecho de que las personas mantienen cientos y en algunos casos miles de relaciones sexuales por cada niño que nace (más que ningún otro primate) resulta difícil negar que el ser humano es un animal sexual por naturaleza.


Ante esto surge la pregunta, ¿como es posible que una especie que a menudo es descrita como monógama pueda ser tan "hipersexual"? En la naturaleza los animales monógamos por definición no tienen que competir para conseguir parejas de apareamiento y reproducción (a diferencia de los humanos), como resultado tienden a caracterizarse por un bajo nivel de actividad sexual. De acuerdo con Ryan y Jethá los humanos ocupan el primer puesto de una corta lista de especies que copulan por placer y no con fines reproductivos necesariamente. Según los autores "ningún otro animal invierte tanto tiempo en actividades relacionadas con el sexo como el Homo Sapiens". De hecho el mundo animal esta lleno de especies las cuales confinan su actividad sexual a tan sólo unos pocos periodos al año, que es normalmente cuando las hembras son fértiles. Entre las especies de simios, la única monógama es el gibón cuyas infrecuentes cópulas destinadas explícitamente con fines reproductivos los convierten en mejores seguidores de los lineamientos del vaticano de lo que somos nosotros. En este sentido, Ryan y Jethá sostienen que reprimir nuestra sexualidad no debería ser confundido con la capacidad de imponernos sobre nuestra naturaleza animal, sino más bien esto representa un intento por negar uno de los aspectos más característicos de lo que significa ser humano.


Insinuar que los seres humanos no evolucionamos como una especie monógama no es tan radical como podría sonar. Desde el siglo XlX los antropólogos han tenido que lidiar con el problema de identificar el proceso de apareamiento en los seres humanos. En 1967 el antropólogo George P. Murdock reportaba que tan sólo el 14.5% de las sociedades modernas preindustriales podían ser catalogadas como monógamas. Aún así en occidente los investigadores con frecuencia se refieren a la especie humana como monógamos seriales, basados en el patrón de matrimonios monógamos seguidos uno detrás de otro a lo largo de la vida de las personas.  Pero tomando en cuenta que arriba de la mitad de los divorcios son causados por infidelidad,  y que uno de cada 25 padres no tienen idea de estar criando a un hijo concebido por alguien más, es difícil sostener que la nuestra sea una especie monógama por definición.


Poniendo atención a las sociedades indígenas modernas y comparando estos hallazgos antropológicos con los últimos provenientes de la psicología cognitivo conductual y la biología evolucionista, los autores logran armar un mapa coherente y ordenado de aquello que de otra manera sería un fracturado y dividido esquema sobre la sexualidad humana. Reuniendo evidencia que va desde las sociedades en las que se cree necesaria la participación de múltiples varones en el acto sexual para asegurar la concepción, hasta aquellas en donde no tener aventuras sexuales fuera del matrimonio por parte del varón  es considerado un acto egoísta por el resto de las mujeres de la comunidad, los autores concluyen que el matrimonio cumple la función de contrato social, pero un contrato en el que la sexualidad tiende a ser bastante flexible. La postura de los autores resulta refrescante por que enfrenta de manera enérgica la noción culturalmente aceptada de la monogamia como ideal último en lo que respecta a las relaciones de pareja, ideal que hoy por hoy nos ha resultado imposible de alcanzar como especie. Surge así todo un campo nuevo de debate acerca de nuestros más profundos conceptos sobre las funciones del amor, el matrimonio y la sexualidad, debate que con suerte migrará de los círculos especializados de la psicología evolucionista y se irá volviendo cada vez más común en la cultura popular.